Empecemos por el principio
Hablemos de la difusión. Ser escritor es un oficio peculiar. Pasamos horas frente a un teclado (o una libreta, si eres de los nostálgicos), derramamos el alma en cada palabra y, al fin, sostenemos un libro en nuestras manos pensando: “Esto va a cambiar el mundo”. Pero antes de cambiar algo, hay un paso esencial: lograr que alguien lo lea.
Mi experiencia personal es una mezcla de drama, comedia involuntaria y algo de vergüenza. Hace unos meses publiqué mi libro Mujer, Maestra y Madre y me invitaron a presentarlo durante la feria navideña en Cáceres. “¡Qué emoción!”, pensé. “Será un evento íntimo, pero memorable”. Lo que no imaginaba era lo literalmente «íntimo» que resultaría.

El día señalado, llegué con entusiasmo, coloqué los ejemplares sobre la mesa y me senté con una sonrisa optimista. Horas después, seguía allí… sola. Bueno, no del todo: mi hijo me acompañó, y una persona más cuyo nombre prefiero no mencionar también hizo acto de presencia. ¿El problema? Nadie sabía que estaba allí. No había un cartel en la puerta, ni una publicación en redes sociales, ni un simple tweet anunciando: “Oye, una autora estará firmando libros hoy, pásate con un café y hazle compañía”. Sin promoción, es imposible atraer lectores, por muy bueno que sea el libro. Bueno, estoy mintiendo
La ironía de la difusión
A veces parece que los escritores vivimos en un mundo paralelo. Nos dicen que lo único importante es escribir bien, como si un buen libro se vendiera solo. Spoiler: no es así. Si los libros se vendieran solos, habría ediciones de lujo de El manual de instrucciones del microondas. La verdad es que sin difusión, incluso la obra más brillante puede pasar inadvertida.
Y no es solo mi problema. A menudo, las editoriales y los organizadores de eventos culturales parecen asumir que somos ninjas literarios: invisibles, silenciosos y, supuestamente, efectivos. Aunque en nuestro caso, lo de “efectivos” parece limitarse a agotar nuestra paciencia, repitiendo la frase: “Si alguien leyera mi libro…”.
Aprender a gritar (sin perder la voz)
Sin embargo, esta experiencia también trajo algo positivo. Al final del evento, una joven apareció para verme. Había salido temprano de sus clases porque su madre, seguidora mía en redes sociales, le pidió que viniera a saludarme, agradecerme y hacerse una foto conmigo. Ese gesto sencillo fue revelador. Me hizo entender que los escritores no solo debemos escribir: también necesitamos ser los promotores de nuestra obra.


En un mundo hiperconectado, las redes sociales son herramientas esenciales. Hay que hablar de nuestros libros, darles visibilidad y hacerlos sonar como si fueran el estreno de la última temporada de tu serie favorita. Si tú no crees que tu libro merece ser leído, ¿quién lo hará?
A los periódicos, sigan escribiendo sobre libros, escritores y eventos culturales. Cuando lo hacen, nos ayudan a ser leídos, que es lo único que un escritor desea: un lector al otro lado de la página. Porque un escritor sin lectores es como un chiste malo: no tiene gracia.
Un llamado con humor (y algo de seriedad)
Queridos escritores, lectores y quienes por casualidad lean esto: necesitamos más difusión. Los escritores no buscamos llenar estadios (aunque algunos quizá lo sueñen), pero sí llegar a quienes disfrutarían nuestras historias. A las editoriales y asociaciones culturales: no nos dejéis en el vacío como una fiesta a la que nadie quiere ir. Un poco de apoyo puede marcar la diferencia.

Ser escritor es como organizar una fiesta. Puedes tener la mejor música, la comida más deliciosa y el ambiente perfecto, pero si nadie sabe dónde es, terminarás bailando solo en tu salón. Así que hagamos ruido, compartamos nuestras historias y, sobre todo, traigamos lectores. Porque un escritor sin lectores es como un chiste contado al viento: no tiene gracia.