ENSEÑANZA Y LITERATURA

Son mis dos pasiones, como anotó alguien en la breve biografía  del autor que suele figurar en la solapa de las novelas. Con frecuencia me pregunta el presunto lector que ojea una de mis obras, por ejemplo, en las Ferias del Libro: ¿es profesora de Literatura o de Clásicas? Y la respuesta le deja un tanto perplejo, “Química y Matemáticas”.

Me encanta explicar a mis lectores que la formación científica es una base fabulosa para el trabajo literario porque desarrolla capacidades como la observación, la síntesis, la precisión y muchas más. Y al mismo tiempo, el buen uso del lenguaje es esencial a la hora de comunicarse, sobre todo si el tema es científico, donde el rigor y la claridad se hacen imprescindibles.

Las dificultades con las matemáticas que presentan algunos alumnos no son más que falta de comprensión lingüística y lectora: no entienden los enunciados de los problemas porque no leen, se limitan a descodificar palabras sin penetrar en su sentido. Muchas, muchas veces, en un examen,  una chica o un muchachito me llamó para pedir ayuda desesperada y mi reacción fue siempre la misma: “lee despacio y en voz alta”; problema resuelto para el educando en cuestión y para todos sus compañeros. 

De aquella anécdota, cuando ejercí de profesora asociada en la Universidad Complutense, no hacen falta comentarios. También en un examen: “Profesora, no entiendo esta pregunta, no sé que me pide, tiene que estar mal”. “Léala en voz alta y dígame lo que no comprende”. La punta del bolígrafo señaló la palabra “respectivamente”.

Me hace muy feliz contemplar a cualquier persona leyendo un libro, pero si se trata de un niño o un joven, la esperanza en un futuro mejor retoña en mi interior con la fuerza de un brote de hojitas verdes en el pie de un olmo viejo.

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Eva Barro García

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